A caballo va el poeta



Un día Juan Ramón Jiménez, el padre de la poesía moderna en lengua castellana, salió de su casa de Moguer (Huelva) a la hora mágica del crepúsculo y plasmó en un par de versos la sensación estremecida del momento: «A caballo va el poeta / qué tranquilidad violeta». La poesía, con sus palabras conjuradoras, originales, abiertas, no es lo que dicen dichas palabras, sino lo que entre ellas aletea, una evocación que apunta a un sabor a más, quizás a «ese no sé qué queda balbuciendo» de San Juan de la Cruz. Si podemos explicarlo, ya no es poesía. Si se llena de sentido utilitario o práctico, tampoco. Y es que el poema, cuando merece tal nombre, apunta a la nostalgia de infinito que llevamos dentro, es un modo de entrever por el resquicio de la belleza una chispa del resplandor inabarcable de Dios.