Ávila la casa



Decía Unamuno que Ávila era como una casa, “Ávila la casa”, que da título al libro del poeta abulense Jacinto Herrero, en el que con catorce sonetos glosa los versos de “Quietud amurallada: Ávila la noche” de Leopoldo Panero. Es una glosa apasionada e imbuida al mismo tiempo de la contención que exigen sus piedras y la luz que alumbra la vieja ciudad. Es canto a la “piedra ungida de matorrales ocres”, de “corta primavera” y la “virgen labrada en época remota”. Una tierra que pide ser humilde, porque a su “dorada piel embellecida” se le ha ido el tiempo, como pasa  por ella el río Adaja, y le recita “casi balbuciente la flor de los romances”. Tierra de guerreros y  labriegos, pero, sobre todo, tierra de Teresa, la santa de “aguas manantiales”, “transparencias de rosas y de aroma”. “Ávila, que la espera por el cielo, / callada está en sus torres al acecho / y el corazón inmoviliza en vuelo”.