Castillos en la arena


“Hombre libre, siempre querrás al mar”, exclama Baudelaire ante este espejo de sí mismo, trasunto del infinito amor de Dios, que le llama desde todas las playas a navegar y perderse en él para recuperar su auténtica identidad. “¡Mar, mar!” Gritaban los griegos de Jenofonte exultantes al divisar el Mar Negro; Calderón lo proclamaba su” mejor amigo”, y Rubén Darío “mar paternal, mar santo”, ante aquella influencia de su “alma invisible”, que le subyugaba. “El mar amado, el mar apetecido, / el mar, el mar, y no pensar en nada” de Machado, don Manuel, ¡Ah! y después de haberlo visto, ¿por qué seguimos jugando como niños con pobres castillos de arena, que el tiempo borra y olvida?