El anticuario



Hay quienes acuden al anticuario en busca de una pieza valiosa para especular con ella y venderla al mejor precio. Otros pretenden embellecer su casa o presumir delante de los amigos con raros objetos u obras de arte del pasado. Y también los que en los anticuarios descubrimos la melancolía del paso del tiempo cristalizada en una  foto, un abanico, un catalejo o una vieja bocina de gramófono. El anticuario es como una meditación hecha tienda sobre la fugacidad de las cosas. Reaparecen en su pátina rostros, palabras, música, perfumes, miedos y alegrías que ya no están. ¡Quería tanto ese reloj! ¡Le hizo tanta ilusión aquella muñeca! ¡Le chiflaba aquel cuadro!  Pero no se los pudieron llevar en el último viaje y quedaron aquí para que aprendiéramos la enseñanza de Jesús: “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban”. El que sabe que sólo hay un “ahora” y un tesoro no llora en los anticuarios.