La oración del guerrero



Enfundado en su armadura, quién sabe si cerca o lejos del campo de batalla, se ha puesto de rodillas, ha cerrado los ojos y en actitud humilde, con las manos juntas, el guerrero ha dejado de ser el orgulloso caballero que blande la espada y mata o muere por una conquista o una defensa de un puñado de tierra. Se ha empequeñecido tanto que se ha hecho del tamaño de sí mismo, un hombre, una creatura. Poco importa si es o ha sido el señor del castillo o el pobre labrador,  un capitán o un siervo de la gleba. Desde el momento en que ora se sumerge en otro Yo en el que su yo individual se pierde. Ya no cuentan sus títulos nobiliarios, ni las mil hazañas de su brazo, ni siquiera el poder con que manda sus mesnadas. Ahora, cuando ora y contempla, aunque sea por un instante ha comenzado a s