Sede vacante
Hay momentos mágicos que hablan por si solos. Como aquella tarde luminosa que,
paseando, descubrí aquella terraza vacía besada por el sol y abierta al mar con
su única butaca de mimbre estratégicamente orientada hacia el horizonte. No había
nadie, pero aleteaba una presencia. ¿Quién se sentaba allí a contemplar la caída
de la tarde? ¿Una anciana con su labor de croché? ¿Un lector empedernido amigo de
la soledad? ¿O algún joven triste y enamorado añorando lo imposible? Yo no conocía
a nadie en aquella casa ni podía entrar ni sentarme en aquel sito vacío. Pero por
un instante supe que era todos los hombres que necesitan mirar más allá y esperar
contemplativamente que desde el infinito asome blanca la vela lejana de una
respuesta.