Un pastor para Belén
Anónimo, desconocido, sin dinero, la barba crecida y arrugado, se gana la vida en cualquier plaza tocando el acordeón entre las mesas de los cafetines hasta que cae la noche y se pierde solitario entre las sombras camino de su cuchitril y su silencio. Él es como uno de aquellos pastores que, mientras cuidaba el rebaño, recibió el anuncio y la sorpresa de lo gratuito, lo feliz, lo prodigioso. Entonces también entornó los ojos y ofreció al Niño lo único que tenía, su música. En este mundo de magnates, millonarios, guapos y famosos, la mejor noticia sigue siendo para los pobres y el mejor regalo el acorde secreto e impagable que nace del corazón.