Lucas López ha leído la última novela histórica de Pedro Miguel Lamet sj, aquí nos la presenta y recomienda
Recesiones
Lamet publica "El místico"Por Lucas López sj. Martes 28 de julio de 2009 Lucas López ha leído la última novela histórica de Pedro Miguel Lamet sj, aquí nos la presenta y recomienda Al final, cuando acabo el libro, concluyo que, efectivamente, es principalmente una historia de amor. Se trata de la última novela publicada hasta ahora por el jesuita Pedro Miguel Lamet. Desde el título se nos habla del místico Juan de la Cruz y toda la narración –porque se trata de una novela histórica- se organiza en torno a una persecución: la que emprende un imaginario poeta, despechado por el rechazo de su amante, en busca de un pequeño fraile descalzo, el tal Yepes, al que imagina como el gran ladrón de su amor. Es posible que otros lectores –otras lectoras- les haya sucedido lo que a mí: por algunas páginas vamos rápidos como quien quisiera seguir los hitos más impresionantes de una historia de conflictos dramáticos; por otras páginas, en cambio, avanzamos lentos, repasando, volviendo atrás, tratando de saborear al poeta profano que glosa al poeta místico, mientras no deja de preguntarse si aquel fraile habla de un amor diferente al que él siente por su amada, a la pasión que le cimbrea el alma, que le llena de alegría o le empuja a un agujero de tristeza. Pedro Miguel Lamet usa este recurso para presentarnos de la mano de personajes diferentes y de los escritos propios a aquel santo reformador que se cuenta entre los poetas más sorprendente de la lírica castellana. El repaso a la obra literaria, la obra mística, de San Juan de la Cruz es motivo ya suficiente para leer con gusto la obra de Lamet. Pero no es el único. La biografía del fraile descalzo, desde sus orígenes, su encuentro con Teresa de Jesús y su posterior papel en los comienzos conflictivos de la reforma carmelita son materia más que suficiente para atraer a lectores acostumbrados como estamos al ritmo narrativo que marcan las producciones cinematográficas de éxito. El modo de vida de las órdenes religiosas, sus conflictos y sus conquistas, la relación con la política o el mundo del poder, su pretensión evangelizadora y los vientos del fanatismo aportan un marco en el que valorar más aún si cabe la figura del pequeño fraile carmelita. Además, Pedro Miguel Lamet nos presenta toda una galería de personajes del mundo de lo religioso y lo profano. La figura del rey Felipe II y su entorno, en aquellos años de gloria y desastre (la derrota de la invencible, los problemas económicos), el poder de los Éboli, las vicisitudes del arzobispo Carranza, las referencias a Borja o a Loyola, y la inmensa figura de Teresa de Jesús incansable, luchadora, escritora… son algo más que el coro en el que insertar a San Juan de la Cruz. Del mismo modo, la investigación emprendida por el poeta despechado, nos va llevando por algunas de las ciudades más importantes de aquella España. Redescubrimos Salamanca, Alcalá, Segovia, Toledo, Madrid, Baeza, Granada, Sevilla. En cada una de estas ciudades, Lamet, además de su lugar en la historia carmelitana, nos presenta con esmero el bullicio, la vida, la humanidad que las habita. En las últimas páginas, el autor nos presenta los criterios historiográficos y narrativos que le han guiado en esta obra. Recomendamos también su lectura. Nos da para saborear y gozar la figura del fraile Yepes, San Juan de la Cruz.
EL CIERVO
EL MISTÍCO, JUAN DE LA CRUZ. Escribió José Jiménez Lozano que “Juan de la Cruz es una de las más enigmáticas figuras cristianas”. Y él, buen conocedor del místico castellano, confesaba: “resulta una caja de sorpresas”. Porque si hay unanimidad en la valoración del fraile Juan como poeta, también aunque no lleguemos a comprenderlo como místico, queda en el fondo el enigma de su persona. Si él gustaba de repetir aquello de la “música callada” y de la “soledad sonora”, se diría que gustó también de callar sobre su música personal y escogió una soledad que resultó entonces y ahora sonora, pero enigmática. Todo lo contario que quien fue entre su maestra y discípula, compañera en la lucha por la reforma de los carmelitas —y, de algún modo, de la Iglesia de entonces— Teresa de Jesús. Esta gustaba y casi se pasaba hablándonos de ella, y por eso la conocemos bien, sigue admirándonos y divirtiéndonos tantos años después. Juan no es menos admirable, pero en su secreto personal que tantos estudios publicados sobre él no llegan a descifrar. Por eso admira, y se agradece, que Pedro Miguel Lamet, jesuita, periodista, poeta, se haya atrevido a escribir un grueso volumen, de más de quinientas páginas, sobre Juan de la Cruz. Conviene advertir, como ya se indica en la portada, que se trata de un “novela histórica”. Es un género que Lamet ha cultivado con excelentes resultados en los últimos años. Se trata de imaginar lo que él denomina “una percha narrativa” que sirva para dar viveza a la presentación del personaje del que realmente quiere hablarnos, situándolo en su tiempo (desde María de Nazaret a Francisco Javier, para citar dos ejemplos bien distintos). En el caso del libro del que tratamos, la percha es el poeta y comerciante segoviano Pedro de Valmores, que enamorado de doña Ana de Peñalosa, sospecha que esta le ha abandonado por culpa de un pequeño y casi desconocido fraile denominado Juan de la Cruz. Y emprende un largo camino en búsqueda de quién es este fraile. Su búsqueda es el relato que hallamos en el libro, un relato que sirve al lector para descubrir la sorprendente vida del pequeño fraile en el contexto convulso de las luchas religiosas de aquellos tiempos, de la perviviencia —también en Juan de la Cruz— de las herencias semíticas, de los intentos renovadores que la Inquisición sabía perseguir. En esta, como en otras novelas históricas de Lamet, quizá el lector tema que lo que en ella pueda haber de novela domine sobre lo que al lector le interesa, es decir, la historia, el personaje. En este caso, Juan de la Cruz, de quien tan poco sabemos de su persona. Debo reconocer que un servidor comenzó la lectura con este temor, pero la terminó agradeciendo a Lamet que, poco a poco, no sin dificultades, nos aproxime al que podríamos denominar santo escondido, hasta conseguir que “el pájaro solitario” nos sea alguien cercano, admirado, querido. He dicho que Lamet lo consigue no sin dificultades. Porque si Juan fue, siguiendo a Teresa, iniciador de la reforma de los carmelitas, luego todo el lío inmenso que siguió, las luchas entre unos y otros, le interesó poco como poco interesa al lector actual. Divierte lo que para él tuvo de aventura — sobre todo su audaz huída la cárcel en la que los frailes enemigos le habían encerrado— pero cansa todo el rifirrafe entre curas y frailes, monjas o nobles, incluso Felipe II y sus asesores, evidentemente la Inquisición. JOAQUIM GOMIS "Es curioso el interés suscitado entre especialistas de místicas orientales, del yoga y el zen, pues la doctrina de sus "nadas" abre un avía de acceso a al 'suntya' del budismo zen, mientras que para el yoga Juan aparece como el 'bhatkti' cristiano por excelencia" (p. 524)
El místico Juan de la CruzPedro Miguel LametLa Esfera. Madrid, 2009. 525 pp., 24 e.No es difícil concluir, tras la lectura de este inmenso fresco de la España del siglo XVI compuesto para abrigar la vida y obra del poeta Juan de la Cruz, que su autor, Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941), ducho en esta materia como en la de otros proyectos de esta índole en los que se embarcó con anterioridad, acabó por ser víctima de la fascinación que el personaje ejerció y sigue ejerciendo sobre quienes se acercan a los diferentes perfiles de su retrato. Tampoco es apresurado afirmar que lo que ofrece el sobrio título es el resultado de un ímprobo esfuerzo sostenido en el tesón y el rigor de quien ha rastreado la personalidad y la creación literaria del personaje “más complejo y misterioso” de los visitados por él a través de sus novelas (Arrupe, entre otros). El argumento ideado para pertrechar estas intenciones nos sitúa ante la carta que un joven poeta y comerciante segoviano, Pedro de Valmores, dirige a su amada doña Ana de Peñalosa, viuda que tras perder también a su única hija, decide “vivir a la sombra” del proyecto de un fraile. Dolido y desamparado le va dando noticia de cómo, movido por los celos, decidió interesarse por ese hombre. Así comienza el relato de un viaje tras los pasos de “Juan Yepes”, desde su infancia hasta que su vocación se consolida, y decide colaborar con la “reforma” de los “carmelitas descalzos”, (iniciada por Teresa de Jesús) hasta convertirse en el controvertido líder espiritual “Fray Juan de la Cruz”. Viaje que sirve para desplegar la escenografía peninsular (de Toledo a Salamanca, ávila, Segovia, Andalucía…) recreándose en las ciudades que enmarcaron la vida del poeta, y para trazar los detalles de la trama que se forja en su entorno y en el del protagonista de sus pesquisas. La época, fascinante para quien desee entrar en el siglo más complejo y rico de nuestra tradición cultural, le sirve ingredientes que animan la intriga: la Inquisición, reforzada por el Concilio de Trento. El viaje sirve también de ruta interior por las zozobras del hombre enamorado que encuentra la serenidad en los versos que tejen “la historia de otro enamorado. ¡Imposible explicarse -piensa tras la lectura del Cántico espiritual- cómo puede darse esa conjunción entre “mística”, y “sensualidad poética”! Novela, por todo ello, amorosa, con visos de relato sentimental, que a lo largo de veintiséis capítulos, busca encadenar episodios novelescos, al modo cervantino, con digresiones cultas en un discurso sostenido en la erudición y el rigor. Pilar CASTRO |
|
El místico Juan de la Cruz “El corazón
generoso San Juan de la Cruz en Glosa a lo divino “El místico Juan de la Cruz” es una novela histórica que aborda la fascinante biografía de San Juan de la Cruz (1542-1591), el religioso carmelito considerado “el poeta más sublime de la lengua castellana” y desde 1952 el Patrono de esos poetas. Nacido en Ávila como su coetánea y compañera de orden religiosa y literatura Santa Teresa de Jesús, la vida y obra de San Juan de la Cruz da para una novela y más. De orígenes muy humildes llegó a estudiar en la Universidad de Salamanca con profesores ilustres como Fray Luis de León. Hacía gala de una austeridad máxima y Santa Teresa le encomendó reformar El Carmelo en los conventos de frailes como ella había hecho en la rama femenina. Su obra poética es muy escasa pero ha pasado a la historia de la literatura por su estilo ascético-místico y su profundo desgarro como se aprecia en “La noche oscura del alma”, uno de sus poemas mayores junto con “Cántico Espiritual” y “Llama de amor viva”. “El místico Juan de la Cruz” es una novela de Pedro Miguel Lamet, escritor jesuita especializado en temas históricos y religiosos, que nos permite disfrutar con rigor de la vida y andanzas de San Juan de la Cruz desde su época y a través de un mercader y poeta que le persigue porque le considera el responsable de sus desgracias. La agitada España de Felipe II, la política y sociedad española del siglo XVI, la Inquisición, los “iluminados”, el papel del monarca en la reforma, los ataques de los bandoleros, la convivencia cultural con sabios sufíes y judíos, la vida cotidiana y los caprichos de las damas de la corte son ingredientes de este relato cuyo protagonista es principalmente el amor y la búsqueda de respuestas a estas 3 preguntas:
En la España del siglo XXI, un místico de hace cinco siglos que escribe sobre el Alma humana y Dios y a quien versiona y pone música la cantante canadiense Loreena McKennitt vuelve a estar de actualidad y a inspirar a miles de personas igual que antaño porque, por mucha tecnología y adelantos que tengamos, las inquietudes espirituales y el anhelar la unión con el Todo son una constante de la Humanidad. Editorial:
La Esfera de los Libros ARTÍCULOS RELACIONADOS
del escritorio de Guillermo Urbizu San Juan de la Cruz es un caso que no es de este mundo. O que sí lo fue, es evidente, pero tan humilde y pendiente de las cosas de Dios que más debía parecer un ángel. Pero no era un ángel tampoco, pues bregó de lo lindo por los caminos y ciudades de España, perseguido por la envidia, estudiando teología, cantando sus poemas de amor y levantando conventos (pendiente siempre de la Madre Teresa de Jesús). Estudio, escritura y acción reformadora. Todo ello tiene un denominador común: abismarse en Dios. Un fraile poeta, un fraile descalzo, un fraile enamorado. Sus pies hollaban el polvo y las piedras, la nieve y el barro. Obediente, presto a cualquier servicio que se le pidiera. “Buscando mis amores, / iré por esos montes y riberas (…)”. Su poca estatura iba creciendo en fama de santidad y poesía. Su vida era un cántico espiritual, una dicha sin igual. No había cárcel, sufrimiento, demonio o noche tan oscura que pudiera apartarle lo más mínimo del Amado, de esa llama que no se consume y mora en el alma enamorada. Fontiveros, Arévalo, Medina, Salamanca, Duruelo, Pastrana, Alcalá, Medina, Toledo, Baeza, Segovia, Granada, Úbeda. Y el Cielo. Escribió: “Mi alma se ha empleado, / y todo mi caudal en su servicio; / ya no guardo ganado, / ni ya tengo otro oficio, / que ya sólo en amar es mi ejercicio”. Pocos hombres como él, pocos santos como él, y ningún poeta como él. Este frailecillo de nada, tímido y escaso de talla y más bien débil, tuvo experiencia viva del amor divino, en un conocimiento unitivo con Dios. Y nos fue dejando a nosotros algunos destellos o indicios de ello, en versos y prosa, para poder vivir lo leído, para hacer nuestra la senda estrecha mientras aprendemos a orar con el corazón, sin necesidad de muchas palabras, “el cuello reclinado / sobre los dulces brazos del Amado”. ¡Cómo me acuerdo de El mudejarillo, de José Jiménez Lozano (Anthropos)! De su visión tan esencial y nítida de san Juan de la Cruz, con esa prosa que se fija sobre todo en lo pequeño. Siempre me viene a la cabeza ese librito cuando hablo del autor de Llama de amor viva. Y el completísimo de José María Javierre, Juan de la Cruz: un caso límite (Sígueme). Y acabo de finalizar la lectura de una novela excelente sobre el santo. Se titula El místico Juan de la Cruz, y está escrita por Pedro Miguel Lamet (La Esfera). Ante todo tengo que decir algo: está muy bien escrita, con un vocabulario rico y en su punto, y salpicada de un lirismo cautivador. Y cuidando al detalle cada recoveco historiográfico, sin dejarse nada. Para la narración se sirve del personaje de ficción don Pedro de Valmores (apellido en el que se me antoja juega Lamet con la expresión “mal de amores”), comerciante de paños segovianos y poeta. Sobre todo poeta. Y enamorado nada menos que de Ana de Peñalosa. Para ella escribe y para ella vive. Pero el amor es como es y doña Ana le abandona por Dios. Como suena. Doña Ana, gracias al buen oficio de Juan de la Cruz, quiere dar alcance al Amado, al único amado que no defrauda nunca. Sin dejar de ayudar a los descalzos. A esta dama el santo dedicará uno de sus libros. Y es ahí donde la novela va tomando cuerpo. El garcilasista don Pedro no puede soportar el dolor de amor, la ausencia de la amada, esa ruptura tan imprevista. Y comienza sus pesquisas. Está celoso de fray Juan -el Senequita o medio fraile, como le llamaba Teresa de Jesús-, del que va siguiendo sus avatares. ¡Qué desvelo tan terrible producen los celos! E irá recogiendo aquí y allá los testimonios de quienes han estado con él. “Pretendo proseguir la reconstrucción de su vida. Con eso me entretengo, y creo que de algún modo me voy curando, aunque no la olvide, de la locura que me causó la pérdida de doña Ana”. De fondo la España de Felipe II. Y alguien le deja copia de algunas estrofas del Cántico espiritual, y don Pedro de Valmores se rinde a semejante maravilla… La maravilla de unos versos que parecen esculpidos por una música divina. “Este hombre no es un poeta, es un ángel”, comenta en la novela un impresor de Alcalá. Pedro Miguel Lamet nos ofrece una panorámica del santo y de la santidad, pero también de los conciliábulos cortesanos y religiosos, y de la vida de la gente más sencilla en aquella España tan difícil. Se nos cuenta una historia de amor. O de amores (no es el menor el amor por la poesía). El mensaje es claro: sin amor la vida no vale la pena vivirse. La vida y la obra de San Juan de la Cruz sólo se entienden así: “sólo en su Dios arrimada”.
|
|
El místico Con permiso El blog de Gil de Muro Se te nota, Pedro. Se te nota la admiración y el cariño fascinado que le
tienes a Juan de la Cruz, el poeta de los pájaros solitarios y de las noches
que guiaron al amado y a la amada hasta enhebrar con ellos la mejor estrofa
de amor que se haya podido construir en cualquier literatura. A zaga de la
huella de Fray Juan has inventado tú a un personaje de singular
sensibilidad: el caballero de Segovia Pedro de Valmores. No quiero
preguntarte por qué este Pedro se llama Pedro como te llamas tú, buen amigo
Pedro Miguel Lamet. Tampoco quiero averiguar si el Valmores de tu Pedro es
el valle de amores en que el mismo Juan de la Cruz pastoreaba su mal de
amor. De amores. En cualquier caso, tu invento funciona en el admirable
libro que novelísticamente has creado para seguir los pasos de Fray Juan. Eduardo T. Gil de Muro |